11 de julio de 1999. Ciudad de Saint John,
provincia de New Brunswick, Canadá. El público asistente aquella noche al TD
Station fue testigo de uno de los conciertos de Iron Maiden más esperados quizá
en los últimos 10 ó 15 años por entonces. Porque no era un concierto
cualquiera. Porque no era una gira cualquiera. Aquel 11 de julio de 1999, la
Doncella retornaba a los escenarios con cambios sustanciales respecto de la
gira anterior. Porque el cantante ya no era Blaze Bailey; porque había un
guitarrista más acompañando a Dave Murray y Janick Gers. Porque comandando a
una de las bandas más laureadas del heavy metal de todos los tiempos volvía uno
de los frontman más carismáticos, Bruce Dickinson, y no volvía solo: Adrian Smith,
con seguridad el guitarrista más creativo y versátil de Maiden, regresaba
también a la banda desde su marcha a finales de 1989. Y encima ofrecieron un setlist de infarto en el
que además de las consabidas y eternas “The Trooper”, “Fear of the dark”, “Iron
Maiden” o “The Evil that Men do”, figuraban “Aces high”, “Wasted years”,
“Killers”, “The Clansman”, “Powerslave”, “Phantom of the opera”, “Run to the
hills”, “Hallowed be thy name”… Un orgasmo para cualquier fan que
hubiera seguido la trayectoria de la banda desde mitad de los 80’… y
paradójicamente, un soplo de aire fresco para el panorama del metal
internacional.
La vuelta de Bruce y Adrian a Iron Maiden fue
sorpresivo y cantado a partes iguales. La Doncella comenzó su descenso creativo
tras la marcha de Smith, publicando un “No prayer for the dying” controvertido
donde una mala producción deslució un grupo de temas quizá más efectivos de lo
que pudieran parecer a primera vista. Si a eso le sumamos que Gers tenía mucho
genio encima del escenario, pero más bien poca creatividad y menos rigor en su
mástil que su predecesor, las cuentas empezaban a no salir. La marcha de Dickinson
en 1993 y la venida de Blaze Bailey fue la puntilla. Ni con “Factor X” ni con
“Virtual XI” mantuvieron el tipo, a pesar de que “Factor X” tenía un buen
conjunto de canciones; otra vez la producción, muy generosa con la base
rítmica, pero rata con las guitarras, dejó a medias lo que pudo haber sido un
disco más completo, disfrutable e incluso con más impacto en el panorama
musical. Además, se hizo evidente que Blaze no daba la talla, algo palpable
sobre todo en los shows; la banda que había liderado el heavy metal entre 1984
y 1988, que había tocado ante audiencias de más de 30.000 personas por noche y
cada noche, tenía que conformarse con recintos de mucha menor capacidad, sobre
todo en Europa y EEUU, y a casi desaparecer de la primera línea en la escena
del metal internacional.
Dickinson se había fraguado una interesante carrera
en solitario. Comenzó con ilusión, pero no acabó por tener éxito inmediato;
haber sido la voz de Iron Maiden le abrió puertas, si bien le regaló más bien
poco. Pero ya conocemos a Bruce… incansable, irredento… se rodeó de buenos
músicos, de un efectivo productor, Roy Z, y se trajo a Adrian Smith para firmar
un “Accident of Birth” que, como pensé cuando lo escuché, y lo ratifica el
mismo Dickinson en su libro autobiográfico, fue el disco que Maiden nunca grabó.
Porque sonaba a Maiden por los cuatro costados, porque era fresco, potente,
elegante… La figura de Dickinson tuvo desde entonces un hueco interesante en el
mundo del metal… pero nunca al nivel que había tenido en Maiden; no había
grandes arenas, ni giras mastodónticas, ni grandes festivales…
Smith quizá fue el que más perdido estuvo. Editó un
disco nada más salir de Maiden que fracasó en toda regla, “Silver and Gold”.
Fue de aquí para allá con varios proyectos, hasta que se planteó dejar la
música por un tiempo. Y un día Bruce le llamó para “Accident of Birth”, momento
en el que resucitó, sin gran repercusión, pero siempre con el buen regusto que
dejan su imagen y estilo.
Dadas estas circunstancias, quizá todos pensaron, y
mayormente Harris, Dickinson y Smallwood, que lo más sensato era “reunir a la
banda”. Sin grandes aspavientos comenzaron los contactos, las conversaciones,
las condiciones… Al final todo fue más sencillo de lo que parecía, y en un
abrir y cerrar de ojos la vuelta de Bruce y Adrian estaba hecha, manteniendo en
su puesto a Janick Gers, algo que quizá fue inesperado para muchos fans que
posiblemente le querían fuera ante la vuelta de Smith. Ahora bien, en justicia
hay que decir hubiera sido inadecuado que Gers se machase, básicamente porque
él fue uno de los que procuró, dentro de sus cualidades, que la banda siguiese
fresca y activa en los escenarios, y aguantó el tirón junto a los demás con
muchísima dignidad. Y todo despegó con la gira “Ed Hunter Tour”, pareja al
lanzamiento del juego Ed Hunter, calentando motores y preparando el escenario
para un nuevo lanzamiento en estudio.
El regreso de la formación clásica de Maiden fue un
hito que creo cambió el panorama del metal. El final del siglo XX nos ofrecía,
quizá como a finales de los 70’, un panorama disperso en el que muchas bandas
ya habían agotado su crédito. El heavy metal clásico se precipitó al vacío a
principios de los 90’, lo mismo que otras tendencias como el thrash metal, el
power metal… El grunge ya estaba más que amortizado, el nu metal se perdía en
la mediocridad y en la confusión… Surgían bandas por doquier de metalcore,
góticas, death, el metal nórdico se extendió con un sinfín de bandas, el metal
progresivo ganaba adeptos lentamente… pero no había nombres que dejasen su
huella con la firmeza de unos Sabbath, Priest, Maiden o Metallica.
El regreso de Maiden espoleó la vuelta a lo
clásico, removiendo todo un maremágnum en el que otros clásicos fueron vistos
nuevamente con buenos ojos, casos de Scorpions, Judas Priest, Accept, Helloween…
El power metal volvió con fuerza, apareciendo bandas, sobre todo en Europa, que
combinaron con mucho acierto metal progresivo y el power más clásico… Y ocurrió
algo más que curioso: Maiden volvió al estrellato, a ocupar un estatus que no
tenía desde 1988, publicando discos que volvían a estar en lo más alto de las
listas (“Brave new world”, “The Final Frontier”, “The Book of Souls”). Nunca
fueron conformistas y se limitaron a hacer música viviendo de rentas; más al
contrario, arriesgaron y sacaron mucha más punta a una vena progresiva que
tiene sus máximos exponentes en “A matter of life and death” y “The Final
Frontier”. Buena parte de los fans nunca aceptaron esta orientación musical,
algo que, por otro lado, no es nuevo para la banda, pues lo mismo ocurrió en
otras transiciones, léase “The Number of the Beast” o “Somewhere in time”.
Pero, por enésima vez, los resultados están a la vista, y nadie puede decir que
Iron Maiden viva de rentas o haya hecho discos mediocres.
La banda de Harris consiguió en estos últimos 20
años un éxito mayor que en los 80’, arrasando allí por donde pasan, haciendo
plenos en aforos de hasta 50.000 personas, y provocando los mismos delirios en
cada ciudad donde descargan que en su época dorada. Cada gira de Maiden es un
ritual por etapas en el que miles y miles de fans se dan cita para disfrutar de
lo nuevo y lo viejo, para ver sobre los escenarios a una banda que lleva en
activo más de 40 años, pero que sigue siendo, increíblemente, un referente en
cuanto a shows en vivo, lo cual es todo un milagro en una escena plagada de
bandas más jóvenes y un negocio musical mucho más despiadado que hace 30 años.
No creo que ninguno de nosotros pensase en que Maiden
estuviesen hoy donde están, yo al menos no. Quizá el único que lo pensaba y lo
tenía claro era Bruce, como afirma en su libro; intuyo que porque sabía del
potencial que tuvieron en los 80’, y sabía del potencial que tendrían en el
recién estrenado siglo XXI para volver a hacer de Iron Maiden una banda muy
grande. Y lo cierto es que no se equivocó ni un poco.
*Artículo realizado por Lesmes Manuel Rivas Iglesias.
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